sábado, 7 de julio de 2007

Un poco de moral para los chicos: La niña quejosa

¡Qué tristes lucían sus pequeños ojos! Hacía ya más de una semana que le era negado. Pero, ¿por qué no dárselo?, ¿por qué no poner fin a un simple capricho tan fácilmente satisfacible a fin de dar cese a los constantes quejidos? Eran preguntas tan sencillas, que parecía increíble que nadie quisiese acudir en su réplica.
La pequeña de voluminosas mejillas sollozaba desesperada. Rozaba lo repulsivo su carácter insistente a base de pequeños espasmos y entrecortadas demandas. Ya nadie toleraba el comportamiento de la niña, y sin embargo, seguían sin cumplir su capricho.Sus robustos bracitos batían el aire sucesivamente y colapsaban con cualquier objeto cercano. Eran los mismos los que, con una sutil pigmentación rosada, chocaban contra el piso una y otra vez, obviando el hartazgo ajeno. ¿Por qué no se lo daban? ¿Acaso era tan difícil?
Sus pequeñas orejas, coloradas de tanto llorar, parecían más patéticas que nunca. La pequeña aparentaba ser un animal de corral con su nuevo y salvaje comportamiento. Nadie parecía poder entenderlo, ¿es que podía ser alguien tan necio como para no verlo? Lo que la rechoncha niña quería y reclamaba era indiscutiblemente crucial, aunque no lo pareciese. Aún indignada, la pequeña insistía con los inagotables griteríos y los no poco solidarios manotazos. Los deditos, como pequeños y penosas salchichas, parecían desaparecer poco a poco, posiblemente gracias al incesante y azaroso batir. Los bracitos, cada vez más rosados, mostraban un progresivo achicamiento, mas no fue obstáculo para el histérico reboleo que derrumbaba todo lo que rodeaba a la histérica niña.
Era evidente que no podía esperar más. Lo necesitaba urgentemente. Si es que había alguien solidario en el lugar, debía actuar de inmediato. La regordeta niña gritaba más fuerte que nunca y saltaba en cuatro patas pidiendo a erizantes gritos que le fuera entregado lo que le correspondía. Su escalofriante comportamiento no inmutaba en lo absoluto a los presentes, sino que parecía solidificar su inexplicable espera. Con el paso de unos pocos, pero eternos minutos, el ambiente se iba tornando más tenso que nunca: la insaciada pequeña era, a cada segundo transcurrido, más salvaje y escandalosa, mas no lograba respuesta otra que el silencio y la expectación paciente de los presentes. Su aplastadísima nariz goteaba inmunda mucosa al compás de los saltos, que al parecer aumentaban cada vez más en altura.
De súbito, el bullicio halló el cese. Los manotazos y patadas se vieron interrumpidos por una imperante quietud. La niña ya no era niña, sino un comiquísimo cerdito de pacífico comportamiento. La agitación, que hasta unos segundos antes había regido el ambiente, se dio completa a la fuga, dando lugar a una paz y tranquilidad inquebrantable. Aún con la asombrosa mutación de niña a cerdito, el asombro del grupo evaluador no se daba a conocer, tal como si todo hubiese sido planificado, o al menos, previsto.
Qué gracioso y penoso lucía aquel cerdito! Su expresión de incredulidad fue seguida por un acercamiento de los presentes hacia él, que ahora no era más que un perdido e inocente chanchito. Lo rodearon y rápidamente lo sujetaron con firmeza. El cerdito cedió sin temor ni sospecha alguna: ¡qué mal hacía!, pues al transcurrir unos minutos, el cerdito ya no era cerdito, y su esencia ya no se encontraba entre los hombres, sino en ellos.


18/06/07

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