domingo, 18 de noviembre de 2007

Manos de nadie

Tarde gris. El aire tan frío, tan presente, tan nada. De nuevo esa calma, violentamente pasiva, que alcanza cada rincón, cada pincelado detalle.
Leticia yace en su lecho, desnuda una vez más. Su silueta triste desaparece como una lágrima en el vacío. El cuerpo reposa inocente y bellamente distendido, luciendo hermosa y suave su borrosa figura. Una tras otra, las gélidas exhalaciones empañan la almohada de profunda angustia. Su pecho se llena de álgidas bocanadas de aire, y vuelve a desinflarse lentamente. Su carnosa boca carmín se abre al olvido, a la soledad, para liberar luego una penosa culpa y una mudez sólida, eterna. Sus párpados obedecen ciegamente al cansancio y a la procura de huir del mastodónico sonido del tiempo y su inevitable acecho. Se entrega su mente y desliga su esencia a una nebulosa incierta, infinita…
La joven de blanca tez se halla sumergida en un mundo onírico de difícil intrusión. En su trance, sus bellas facciones femeninas vibran aleatoriamente, tal vez queriendo librarse su alma de su estrecho y cruel hospicio. El semblante se extiende solo y tenso, tímido y entregado a las sombras del olvido. Quizá extrañe al amor, al cálido roce, ausente desde siempre.

De pronto, una leve caricia, suave y quizá un poco melancólica, se posa sinuosamente en la blanca arena. Las manos comienzan a recorrerla cortés, pero con un dejo creciente de deseo. Las caderas vierten su belleza en las siniestras gemelas, dejándose ambas guiar por el río de piel hacia el torrente más violento. Aumentando a cada centímetro el deseo, el cuerpo de la joven se acalora y entrega ciegamente al juego de perversión anónimo. Con cada roce, cada latido se aligera; las contorciones apuntan in crescendo hacia un temblor máximo. El tiempo escapó de su linealidad; la joven se halla fuera de sí, envuelta su esencia en un éxtasis donde rige la abstracción y el ahora. Los ahora fuertes gemidos se pierden en un viaje incierto en el aire. Las manos escalan los senos con voracidad y se pasean por el cuello, provocando en la durmiente cierta inquietud lujuriosa. De súbito las garras atrapan sin previo aviso y con fuerza desmedida del pescuezo a su presa, aferrándose con violencia, escurriendo la vida del cuerpo, ya no más extasiado, sino desesperado; los firmes dedos apresan todo aliento, anegan el alma de Leticia, quien sacude sus piernas desesperadamente, como un niño caprichoso, como un roedor en abrazo de serpiente, como escorpión presa de su propio aguijón. Las afiladas uñas se hunden, se aferran, casi fundiéndose con aquél amplio y frágil río de marfil. El cuerpo de la pálida joven se contorsiona violentamente, tratando de huir, de alcanzar alguna vana luz, algún remoto aliento.

Los brazos destensaron su lucha inútil; las piernas ya no baten inútilmente en el aire; los párpados se entregaron vencidos al descanso. Leticia yace inerte en el catre revuelto, sola. Su mirada, inexpresiva, fija en la nada, en un vacío inasible. Sus brazos cuelgan a los costados de la cama, ya sin vida. Las manos, muertas, se acompañan húmedas en tristeza, pues jamás volverán a ser amadas, rozadas, ni tampoco volverán a acariciar… otra vez.

18/11/07

jueves, 15 de noviembre de 2007

A la decrepitud

Y allí reposa ella
Desde nunca
Desde siempre,
Con profundos surcos en su árida arena
Mirando al vacío
Perdiéndose en algún remoto momento,
Pues mucho ha pasado ya
Desde su primer canción
Desde su primer amor,
Y es hoy que nada más le pertenece
La mera memoria
Y un triste balbuceo incomprensible, vago
De urdidas sílabas siniestras
O quizá solo inocentes e idiotizadas
Como canción de cuna al aire,
A la nada,
A su eterna y estática soledad.

13/11/07