domingo, 28 de octubre de 2007

Un poco de moral para los chicos II: El pastorcito mentiroso (versionado)

Había una vez un joven pastorcito que vivía en una pequeña y humilde aldea, allá lejos, en el campo. El pequeño pueblo servía de hogar a unas pocas familias, que acostumbraban trabajar desde muy temprano, hasta pocas horas antes de llegar la noche.
El pastorcito tenía como tarea cuidar ovejas, pero como él era solo un chico, lo que quería hacer no era otra cosa que jugar y reír, pues las ovejas lo aburrían muchísimo. Todos los días lo mismo: despertarse al amanecer, tomar un vaso de leche con un pan y cuidar a las ovejas toda la tarde.
Un día en que el pastorcito estaba al límite del tedio, una divertidísima idea abofeteó su cabeza. ¿Qué tal si les hiciera creer a todos que un feroz zorro estaba atacando a las ovejas? El solo pensarlo le provocó una risa desternillada al niño. ¡Los grandes del pueblo se pondrían furiosos al saber que no había tal ataque!
Fue así que el pequeño comenzó a correr donde los adultos, gritando a voz pelada:
-¡¡Un zorro, un zorro!! ¡¡Ayuda!! ¡¡¡Está atacando a las ovejas, ayuda!!!
Los adultos miraron al jovencito con ojos llenos de miedo y sobresalto, y corrieron hacia el descampado rápidamente con las palas y rastrillos en mano para así ahuyentar al invasor. Mas cuando hubieron llegado, no vieron más que a los lanudos animales pastando tranquilamente, como siempre lo habían hecho. Entonces el pastorcito comenzó a reírse, tomándose la barriga y señalando a todos de forma burlona, mientras todos seguían sosteniendo firmemente los palos y demás, ahora luciendo ridiculizados ante mofa tal. Maldiciendo al pequeño, se fueron para volver a sus quehaceres; mientras todos se iban, uno de ellos advirtió al pastorcito que había sido una jugarreta muy maliciosa, y que debía sentirse avergonzado por haber cometido un accionar tan indigno. Pero la respuesta del pastorcito no fue otra que la risa, aún más fuerte que antes y más bufona.
Pasadas unas horas, el pastorcito seguía mirando a las ovejas maldiciéndolas por ser animales tan aburridos y monótonos. De vez en cuando recordaba la broma del zorro y sonreía pícaramente. De pronto pensó si no sería genial repetir la broma. Al fin y al cabo si decía que esta vez era en serio, se lo creerían seguro, pues ¡los grandes suelen ser tan ingenuos! Fue así que comenzó a correr hacia la zona de arado, gritando a todo pulmón:
-¡Por favor, ayúdenme! ¡El zorro vino esta vez, no es broma! ¡Está matando a las ovejas y no sé qué hacer, deben creerme! ¡Ayuda, ayuda!
Los adultos le creyeron nuevamente, y acudieron en ayuda del pastorcito con los rastrillos y demás herramientas en mano, dirigiéndose todos hacia las ovejas rápidamente. Pero al llegar allí, se encontraron otra vez con que todo había sido una treta montada por el pequeño, quien ahora reía al punto de explotar su cabeza, más odiosa e insoportable que nunca. La risotada llenaba el aire de burla y humillación; el niño, tirado en el piso sosteniéndose el vientre con ambas manos, pataleaba con fuerza y júbilo, riendo a más no poder.
Los humillados se miraron los unos a los otros y asintieron conjuntamente. Se aproximaron al pequeño bufón con decisión y lo asieron de pies y manos, no pudiéndose librar éste. Lo levantaron con fuerza y comenzaron a caminar a paso redoblado hacia la pequeña plaza central del pueblo. En el camino el niño fue blanco de patadas, puñetazos y rastrillazos aleatorios en todo el cuerpo. Sus ropajes fueron extirpados de su débil y sometido semblante. Su piel, su ser, comenzando a enrojecer por tanto maltrato, eran llevados impíamente hacia su perdición. Una vez en la plaza, los captores eligieron un árbol lo bastante resistente como para atar al bromista. Quizá esto le causara risa también, después de todo.
Desnudo, humillado, golpeado y escupido, el pastorcito yacía en la plaza cabizbajo, goteando su cabello de inmundo orín, vislumbrando quizá su destino, arrepentido desde lo más profundo de su alma por haber osado perturbar la calma y el orden en aquél pueblo.

28/10/07

sábado, 13 de octubre de 2007

Río gris

Todo era estrecho. Como despiadadas avalanchas, las blancas paredes se cernían sobre él con impiadosa crueldad. Todo era calma y desesperación en simultáneo. Y un tímido tic tac, dando el presente entre tanta quietud.
La ciudad se mostraba fría e impersonal. Tanto gris, tan espeso el aire, tan distante el cielo. Allí afuera, miles de voces superpuestas que solo dicen nada y repiten y repiten el repertorio hasta superar la locura y ahondar en las profundidades del abatimiento. Y ese tic tac incesante, martillando con cada paso su cuerpo, su cabeza, su cordura.
Ya no hay nada más que hacer. Hace tiempo que el stock de ideas se agotó, y solo deja espacio a la gélida inmutabilidad del alma. Las horas pasan, mas no avisan, y muy lentamente el Sol, oculto tras el palpable manto, cae, dejando un húmedo rastro, en la distante mejilla. Ya no importa si es Lunes o si es Viernes, si es mañana o noche, si hay fideos en la heladera o si ya no hay fósforos. Solo aquél imperioso tic tac, que devora lentamente la vida, ahogando a cada paso un instante, con renovada e infinita mofa.
Su cuerpo ya no es suyo. Sus pensamientos ya no le pertenecen. Sus latidos son ahora falsos indicadores de vida. No hay espacio ya para el gesto, para lo móvil. Solo un siniestro y expectante sendero que vierte al río gris, al viento, al vértigo, al estampido. Y ese tic tac que burla lo finito y se expande al vacío.
13/10/07

jueves, 4 de octubre de 2007

Categórico destino

"El devenir del hombre es
una pelota cuadrada",
Fito Plancton


El pequeño Ricardito, de sutil presencia, hallaba el goce en el pisar baldosas de grisácea pigmentación. Qué exacerbada su risa cuando en la ciudad el niño caminaba! Mas al dar con pisos de blanco mármol, Ricardito sollozaba profundamente, exprimiéndose así su exigua existencia. Exigua como su destino, como su dicha.
Devastado, aguardaba aún lloriqueando el próximo vendaval. Esperaba y esperaba. Días, Ricardito sentado; días, Ricardito tomando una malteada; semanas, Ricardito todavía llora; vendaval, Ricardito volando, estrellándose contra un techo, muriendo ensangrentado al fin contra una baldosita grisácea.

Guido Tanoni
Nicolás Penso