sábado, 13 de octubre de 2007

Río gris

Todo era estrecho. Como despiadadas avalanchas, las blancas paredes se cernían sobre él con impiadosa crueldad. Todo era calma y desesperación en simultáneo. Y un tímido tic tac, dando el presente entre tanta quietud.
La ciudad se mostraba fría e impersonal. Tanto gris, tan espeso el aire, tan distante el cielo. Allí afuera, miles de voces superpuestas que solo dicen nada y repiten y repiten el repertorio hasta superar la locura y ahondar en las profundidades del abatimiento. Y ese tic tac incesante, martillando con cada paso su cuerpo, su cabeza, su cordura.
Ya no hay nada más que hacer. Hace tiempo que el stock de ideas se agotó, y solo deja espacio a la gélida inmutabilidad del alma. Las horas pasan, mas no avisan, y muy lentamente el Sol, oculto tras el palpable manto, cae, dejando un húmedo rastro, en la distante mejilla. Ya no importa si es Lunes o si es Viernes, si es mañana o noche, si hay fideos en la heladera o si ya no hay fósforos. Solo aquél imperioso tic tac, que devora lentamente la vida, ahogando a cada paso un instante, con renovada e infinita mofa.
Su cuerpo ya no es suyo. Sus pensamientos ya no le pertenecen. Sus latidos son ahora falsos indicadores de vida. No hay espacio ya para el gesto, para lo móvil. Solo un siniestro y expectante sendero que vierte al río gris, al viento, al vértigo, al estampido. Y ese tic tac que burla lo finito y se expande al vacío.
13/10/07

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